La Inquisición durante la Conquista en Chile
La Santa Inquisición llega a poner orden al Fuerte Villarrica, de la mano del Obispo Justo Domingo del Valle. Su misión es velar por el orden y la moral del sitio y castigar a quienes se alejen del camino del Señor.
En Sitiados, el Obispo Justo Domingo del Valle llega al Fuerte Villarrica en nombre de la Suprema Inquisión para velar por el cumplimiento del orden y la moral, pero se encuentra con un espectáculo dantesco en el lugar a cargo del nuevo maestre de campo Alonso Carvallo.
Según Historia Mapuche, la Inquisición la conformaban varias instituciones y su principal objetivo era perseguir las herejías. En América actuaban como inquisidores ordinarios los obispos y vicarios, hasta el nombramiento de Pedro de Córdoba como Inquisidor General en 1569.
La inquisición tenía dos jurisdicciones diferentes, una relativa a las causas de la fe (herejes, blasfemos, hechiceros, adivinos, invocadores del demonio, los astrólogos, alquimistas, sodomitas, infieles, judíos, apóstatas entre otros) y otra a materias extrañas de la fe.
La segunda jurisdicción de la inquisición (materias extrañas a la fe) generó un fuerte conflicto con el poder civil, ya que cada día ampliaban unilateralmente su jurisdicción para conocer todo tipo de asuntos, por lo que el Rey limitó su jurisdicción. A pesar de esto, el conflicto era constante por asuntos formales que muchos Gobernadores querían excusar en atención a la superioridad de su cargo y que los Obispos consideraban un derecho de ellos, porque los Gobernadores apoyaban al bando de los encomenderos y militares para continuar la guerra contra los mapuche, mientras los obispos y la Compañía de Jesús luchaban por implementar la “Guerra Defensiva”.
Los procesos de Inquisición se iniciaban por medio de una denuncia, donde el denunciante tenía la garantía del secreto absoluto de su identidad al igual que los testigos y cuántos intervinieran en el proceso. El denunciado debía proceder a su propia delación escrito o verbal obligatoria, de tal manera que era inmediatamente encarcelado, generalmente con grillos y mordaza para que confesara. Si aún así el reo se negaba a hablar, se le mantenía preso para desgastarlo física y psicológicamente hasta que lo hiciera. Si no había confesión, y existiendo de por medio la declaración de un testigo sin rostro acompañada de otros indicios, se le aplicaba un tormento que consistían en:
El potro: Se ataba al acusado de pies y manos a una plataforma conectada con un torno. El verdugo giraba el torno que tiraba de los brazos y piernas en sentidos diferentes, dislocándolos o desmembrándolas.
Las vueltas de mancuerdas: El reo también se colocaba en el potro con grilletes, pero le amarraban distintas cuerdas a modo de torniquetes en diferentes partes del cuerpo. Sobre cada cuerda se aplicaba presión. Generalmente era la primera tortura que se aplicaba.
La garrucha: Se ataban las manos del individuo a su espalda para izarlo usando una polea que generalmente estaba instalada en el techo. Una vez arriba dejaban caer a la persona libremente pero sin permitirle tocar el suelo. El resultado de ésta operación significaba la dislocación de los miembros del torturado.
Agua introducida por la boca, teniendo al reo de espaldas y con los pies a mayor altura que ésta.
En cuanto a las penas, estas varían dependiendo del delito cometido. Para las sospechas leves sobre la fe, el reo debía reconocer en la Iglesia y en público la comisión de su delito, en cuanto a las faltas graves, el acusado era detenido o debía pararse con una vela en la puerta de la Iglesia durante ciertas ceremonias. También se contemplaban los azotes en público, el destierro de las Indias y la condena a ser remero en las galeras del Rey pero, la peor condena, era terminar ahorcado y quemado en la hoguera. Para faltas leves y graves, el acusado debía pagar una multa.
Por último, según el rango o poder social del condenado, el castigo podía variar entre público y privado e incluso en la forma de ser ejecutado. De hecho, un privilegio era morir degollado.